En México, cada vez más mujeres se incorporan al empleo formal; sin embargo, este avance no ha sido suficiente para cerrar las desigualdades históricas que enfrentan en el mercado laboral, donde persisten brechas salariales, menor acceso a puestos de decisión y una alta carga de trabajo no remunerado.
Datos recientes del mercado laboral muestran que, aunque el número de mujeres con empleo formal ha aumentado, la participación femenina sigue siendo significativamente menor en comparación con la de los hombres.
Actualmente, menos de la mitad de las mujeres en edad productiva forma parte de la población económicamente activa, una diferencia que refleja barreras estructurales más allá del acceso al empleo.
Las mujeres representan una proporción creciente del empleo formal, pero más del 50 % continúa trabajando en la informalidad, sin prestaciones ni seguridad social.
En promedio, las mujeres perciben entre 20 % y 35 % menos ingresos que los hombres, incluso realizando labores similares.
Solo una minoría accede a puestos de alta especialización, liderazgo o toma de decisiones, especialmente en sectores estratégicos como tecnología, industria y finanzas.
El trabajo doméstico y de cuidados no remunerado recae mayoritariamente en las mujeres, lo que limita su disponibilidad para jornadas completas o empleos mejor remunerados.
Especialistas coinciden en que el crecimiento del empleo formal femenino es un paso importante, pero no garantiza igualdad laboral si no va acompañado de mejores condiciones, salarios justos y políticas que permitan conciliar la vida laboral y familiar.
En algunas entidades del país se han registrado avances en la formalización del empleo, particularmente en zonas urbanas; no obstante, la desigualdad persiste a nivel nacional, sobre todo en regiones con alta informalidad y menores oportunidades económicas.